La idea de usar microalgas como fuente de combustible no es nueva, pero es ahora cuando ha cobrado relevancia debido tanto a la escalada del precio del petróleo como a los riesgos que implica la dependencia de suministros externos, a lo que se suma la creciente preocupación por el calentamiento global asociado a la combustión de carburantes fósiles.
El reto de la producción a gran escala de microalgas con fines energéticos ha sido asumido a escala global por un gran número de empresas, y los avances en este campo se producen con rapidez. Algunos ejemplos son el reciente anuncio, realizado por la empresa Solazyme, de producción del primer keroseno de aviación producido a partir de biomasa de algas; la iniciativa del Carbon Trust británico destinando 26 millones de libras al desarrollo de estas tecnologías o bien el interés del DARPA (Defense Advanced Research Projects Administration) norteamericano en las aplicaciones en el ámbito militar.
El IDAE tiene firmado un Convenio específico de colaboración cuyo objetivo es caracterizar las microalgas para su uso energético mediante tecnologías tanto de combustión como de extracción de aceite y producción de biodiesel.